viernes, 19 de febrero de 2010

Una comunidad anclada en el pasado

Recorriendo las carreteras que cruzan el territorio amish en el condado de Lancaster pudimos tener una aproximación a la vida que lleva esta comunidad. Conviene alejarse de los pequeños núcleos de población orientados a los turistas, llenos de restaurantes y tiendas de recuerdos en los que apenas puedes cruzarte con alguno de los miembros de este grupo.

Una vez que abandonas el camino principal y te pierdes por carreteras secundarias comienza el espectáculo. Pensábamos que la comunidad sería muy reducida y habría que tener mucha suerte para ver a alguno. Nada de nada. En cada curva veíamos una granja en la que los niños corrían por el césped, los hombres trabajaban y las mujeres colgaban la ropa (el tema de la igualdad no se lleva aquí, ya hemos dicho que viven como hace varios siglos).


Además nos cruzábamos con carromatos en los que parejas de amish se desplazaban de una granja a otra o acudían a las poblaciones cercanas. Eso sí conseguir una buena fotografía era una misión imposible. Los amish, cuando intentas tirarles una foto, se giran rápidamente, miran al suelo, esquivan la mirada indiscreta, con lo que tomarles una instantánea se antoja complicado.

Los pocos que venden artículos de cara al público apenas hablan lo justo para realizar la transacción y como mucho te responden con una sonrisa. Hay que recordar que las mujeres no pueden quedarse solas en una habitación con un hombre y su relación no puede ser más distante. No dan confianzas.


Como comentábamos, la comunidad amish vive anclada en el pasado, ajena a los avances de la humanidad en los últimos siglos, a pesar de que diariamente convive con vecinos que sí emplean artilugios que ellos tienen prohibidos. Una curiosa convivencia, pero que llevan perfectamente por el carácter solidario y bondadoso de los habitantes de la comunidad amish.

Es difícil para nosotros entender esa forma de vida, pero lo cierto es que parecen vivir felices, muy felices, en su mundo.

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