martes, 30 de marzo de 2010

Curiosa mascota en Berlín

Aunque últimamente están más de moda y hasta hemos visto alguno en España, cuando visitamos hace cuatro años Berlín nos impactó ver que una alemana llevaba como mascota un... cerdo. En plena capital germana, en la estación central, una chica tiraba de un carrito donde un hermoso cerdito, vestido de gala, disfrutaba del ambiente.



Cuando lo vimos no pudimos hacer otra cosa que acercarnos y tirarle una fotografía. Sin embargo, el resto de los transeúntes no parecían sorprendidos por la presencia de este animal más propio de una granja que del centro de una gran ciudad.

lunes, 29 de marzo de 2010

Nieve en Nueva York


No ocultamos que Nueva York es nuestra ciudad fetiche, el lugar al que nos iríamos a vivir con los ojos cerrados. Para nosotros es la CIUDAD. Por eso no es de extrañar que en los últimos cuatro años hemos visitado la Gran Manzana una vez por año. Esto nos ha permitido ver NYC en diferentes épocas del año y descubrir lo mucho que cambia de una época a otra. Nuestro segundo viaje a la capital del mundo fue en febrero de 2007, garantía de frío, nada que ver con el extremo calor que habíamos sufrido en julio del año anterior. Pese al mes del calendario, el buen tiempo nos acompañó, pero viajar en ese momento nos permitió ver Nueva York nevado, un auténtico espectáculo.



Pasear por las calles era un poco peligroso porque la nieve acumulada en las aceras se había endurecido y helado y mantener el equilibrio era un auténtico logro. Pero merecía la pena. Las estampas de esos rascacielos emergiendo desde los parques nevados no tenían precio para el objetivo de nuestra cámara. Ya desde el aeropuerto disfrutamos con las imágenes de la pista nevada, las casas unifamiliares rodeadas de nieve, las vías del tren con restos... No era el temporal al que nos tienen acostumbradas las televisiones cada año, pero sí había la suficiente nieve como para cambiar la imagen del paisaje sin impedirnos disfrutar del viaje.



Hasta la Estatua de la Libertad lucía decorada en su base por los restos de nevadas anteriores, concediéndole una imagen muy especial. Lo mismo que la preciosa vista que hay desde Brooklyn de los rascacielos de Manhattan, que con la nieve caída lucían de una forma espectacular.



Sin embargo, nada como Central Park. El parque más famoso del planeta cambiaba radicalmente de la imagen que manteníamos en nuestra mente cuando sudamos la gota gorda en el verano anterior. La gran mayoría del césped aparecía tapado por el manto blanco, los lagos estaban completamente helados y los neoyorquinos disfrutaban de la pista de hielo donde patinaban aprovechando el buen tiempo. Una estampa muy bucólica. El lago de Jacqueline Onassis, la zona acuífera más grande de todo el parque, estaba helado, ofreciendo una sensación muy relajante a nuestra vista.



La verdad es que había merecido la pena arriesgar (porque en esa época lo podíamos haber pasado realmente mal con las inclemencias climatológicas) porque disfrutamos de un Nueva York diferente, desconocido para nosotros, pero como siempre apasionante.


Ahí os dejamos un álbum de fotos:
Nieve en Nueva York

jueves, 25 de marzo de 2010

En busca del cervatillo de Karlovy Vary


Como muchas otras localidades, Karlovy Vary, la gran ciudad-balneario de la República Checa, cuenta con un destacado emblema de la ciudad. Se trata de un cervatillo que corona una roca que a su vez corona lo alto de un montículo que domina la ciudad. Si en Bruselas es de obligado cumplimiento la visita al decepcionante, por diminuto, 'Manneken Pis', la famosa fuente de un niño que mea agua y al que le colocan todo tipo de vestimentas, camisetas y jerseys, o a la Sirena de Copenhague, por citar dos iconos fácilmente reconocibles, este lugar de reposo y de aguas termales está representado por el 'Salto del Ciervo'.



Hemos de reconocer que antes de ir a la República Checa en la Semana Santa de 2005 nunca habíamos oído hablar del cervatillo ni de nada que se le pareciera. Pero claro, llegas al lugar y emocionado puedes decir buscar el emblema de la ciudad. Y en qué hora, si todo el mundo sabe que Karlovy Vary es reconocido mundialmente por sus aguas termales, el cristal de Moser, las obleas y el licor Becherovka.


Y es que el animalito en cuestión parece tener vida, porque además de estar situado a una altura considerable en un monte cercano, las indicaciones no son todo lo precisas que deberían y los seis que integrábamos la expedición nos tiramos casi una hora para encontrar al cervatillo. Ya era cuestión de amor propio y, aunque alguno optaba por rendirse y arrojar la toalla, al final dimos con él. Si hubiera sido de verdad probablemente habría terminado asado y como plato principal de una comilona, pero nos tuvimos que contentar con sacar las fotos que acompañan.



Así que si algún día visitáis Karlovy Vary (es una excursión muy chula de un día desde Praga; puedes ir en autobús de línea sin problema), pensároslo dos veces antes de buscar al cervatillo, salvo que queráis hacer ejercicio para abrir el apetito.


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martes, 23 de marzo de 2010

Un oasis en mitad del infierno de Death Valley


Death Valley, del que en otro post hablaremos con detalle, hace honor a su nombre. Durante nuestra visita el pasado agosto de 2009 llegamos a alcanzar temperaturas de 50 grados centígrados, lo que animaba a buscar un refugio donde entrar en... frío. Una de las atracciones más curiosas del parque nacional más grande de Estados Unidos sin contar Alaska es el Scotty's Castle. A pesar de su nombre no se trata de un castillo sino de una mansión de estilo español que parece haber sido trasladada a este lugar por unos extraterrestres. No tiene ningún sentido su presencia en estos parajes. Si no hubiéramos sabido de su existencia, habríamos pensado que era un espejismo.


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Después de recorrer los más de cien kilómetros que nos separaban de la mansión nos llevamos una sorpresa tremenda al ver en lo alto la espectacular casa de Scotty. El tal Scotty era un aventurero y embaucador que, tras trabajar en el espectáculo de Buffalo Bill, había decidido buscar oro en Death Valley, repitiendo el camino recorrido por numerosos exploradores en la época de la fiebre del oro. Walter Scott, que era su verdadero nombre, consiguió engañar a un mecenas, Albert Johnson, para que invirtiera en su agotado filón. Johnson quedó prendado con la personalidad de Scotty y se decidió a construir una mansión a la que acudía en sus periodos estivales desde Chicago.



Este magnate de los seguros permitió a Scotty vivir en el rancho a pesar de que la explotación no daba ni un solo gramo de oro.



Ahora los turistas pueden escuchar las historias sobre Scotty y Albert Johnson de boca de las guías ataviadas de época y que narran curiosidades como el temor que tenía el primero a ser atacado y como había dispuesto una pieza de metal que le permitiera disparar y que la bala se desviara hacia el atacante que le esperaba fuera a un lado de la puerta (como se puede ver en la imagen inferior).



La excentricidad con la que se construyó la mansión incluía multitud de tapices, porcelanas, armarios, puertas talladas, cristalerías, vajillas... Pero sobre todo este lujo destaca un elemento extraordinario. Se trata de una orquesta virtual formada por un órgano y un piano mecánico que se programaban y tocaban solos multitud de partituras creando un ambiente extraordinario. La sala que lo acogía tenía una sonoridad perfecta. Era fruto del delirio de un loco, más propio del Rey Loco, Luis II de Baviera.



Un lugar curioso, digno de ver sobre todo por lo que le rodea, miles de hectáreas de tierra, sal, rocas... lo más parecido al infierno, pero con una mansión y un oasis más propios del sueño de un loco que de la realidad.


Ahí os dejamos el correspondiente álbum de fotos:
Un oasis en mitad del infierno de Death Valley

lunes, 22 de marzo de 2010

El paraíso para los aficionados a los muñecos de vinilo


Una de nuestras aficiones o hobbies es coleccionar muñecos de vinilo de diseñadores actuales y Nueva York es el paraíso. Se trata de unos muñecos de coleccionista que no han terminado de calar masivamente en España, pero que sí cuenta con algunos incondicionales, entre los que nos encontramos. Existen varios tipos como los Kubrick, unos muñecos articulados japoneses similares a los clicks de Famobil o a los Lego que se fabrican en tres tamaños y que representan personajes de películas famosas o de otros ámbitos de la sociedad y que toman su nombre en honor al director de cine y que inspiraron su logotipo en 'La naranja mecánica', los Bearbrick, también japoneses y herederos de los Kubrick que son similares, pero la base del muñeco es un oso al que luego se le aplican los diseños que se deseen, o los diseños propios de Kidrobot, que son diversos tipos de personajes (Dunny, Labbit, Yummy....) y en los que prima la mano del diseñador.



El caso es que nosotros nos aficionamos a estos muñecos para adultos y en la gran manzana hay una serie de tiendas en las que dejarse el sueldo de varios meses. No hay que confundirlos con los muñecos del manga, que en España sí abundan y en NYC ya ni te cuento. Las tiendas que los venden son el paraíso del aficionado a estos muñecos. La más curiosa es Toy Tokio, situada en el 120 de la Segunda Avenida entre la 7 y St. Marks Place. Hay que fijarse bien porque te puedes pasar de largo, ya que apenas un cartel situado en el suelo anuncia su presencia en la segunda planta del edificio.


Cuando entras llama la atención un cartel que advierte que no se hacen responsables de que te puedan robar. Entre el cartel y la empinada escalera más propia de una peli de terror, te dan ganas de darte la vuelta. Sin embargo, cuando llegas arriba merece la pena porque te encuentras vitrinas y más vitrinas llenas de muñecos de importación, el paraíso de cualquier friki aficionado a coleccionar estos objetos. El muñeco que no encuentres ahí probablemente esté descatalogado porque los haya de todas las colecciones y tipos.


 
Hemos de reconocer que caímos ampliamente en la tentación y además de varios muñecos de siete centímetros que vienen en cajas sorpresa (blind box) nos llevamos un Kubrick de Hello Kitty y un Bearbrick de Elvis de 28 centímetros realmente espectaculares.


Kidrobot es una tienda menos clandestina y más glamourosa, localizada en pleno SoHo, aunque con mucho menos material que la fantástica Toy Tokio. Sus muñecos son un derroche de diseño y originalidad, triunfando los modelos más pequeños, los de siete centímetros, en sus muy variados tipos y colecciones. Aquí te llaman la atención cuando intentas sacar alguna foto, aunque siempre te queda la opción de inmortalizar su espectacular escaparate.


Y además de en estos dos templos del coleccionismo, los aficionados a estos muñecos pueden encontrar algunas colecciones en blind box en la cadena de tiendas de Urban Outfitters, una cadena moderna en la que se vende desde ropa a la última a regalos de lo más curioso. Ahí también picamos y nos llevamos varios muñecos de siete centímetros con los que completar nuestra colección. Sé que suena a friki, pero esta ciudad es la perdición para nuestra afición por estos muñecos.


Ahí os dejamos un álbum de fotos:
El paraíso para los aficionados a los muñecos de vinilo

miércoles, 17 de marzo de 2010

El atascazo de los bisontes


He de reconocer que viviendo en Madrid ya debería estar acostumbrado a los atascos, pero cuando estoy de vacaciones admito que me saca de mis casillas perder el tiempo parado metido en un coche. Pero si encima lo pierdo estando en unos de los parajes más maravillosos que hemos visitado, el cabreo se multiplica por cien. Esto es lo que me ocurrió el primer día de nuestra visita en agosto de 2009 al Parque Nacional más espectacular y grandioso de los que hemos visitado, Yellowstone, sólo comparable con el Gran Cañón de Colorado.


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Recorríamos los aproximadamente 80 kilómetros que separan Cody, la patria chica de Buffalo Bill, de una de las entradas al parque a primera hora del día. Nuestro plan de visita para esta primera jornada era muy ambicioso e incluía regresar a tiempo de ver por la noche un espectáculo muy del oeste: un rodeo (manda narices que pocos meses después los vaqueros se desplazaran a Madrid, donde repetimos).



Así que no convenía perder mucho tiempo. Pero de repente surgió lo inesperado. Aunque en el parque no se pueden superar las 50 millas por hora, el ritmo de los vehículos que nos precedían disminuía alarmantemente hasta detenerse por completo. Una parada momentánea, pensamos. Craso error. Pasaban los minutos y ahí no se movía nadie. Empezamos a impacientarnos. Caravanas hay muchas en esta parte de Estados Unidos, pero un atasco era lo último que pensábamos encontrarnos en medio de la naturaleza más salvaje.



Los ocupantes de otros coches se bajaban de sus vehículos y miraban al horizonte sin encontrar el motivo del atasco. Nosotros tratábamos de observar a lo lejos el responsable de este caos sin éxito. ¿Un accidente? ¿Un desprendimiento? Nos estaban tirando por tierra todas las previsiones. Poco a poco avanzábamos algún metro mientras en el carril contrario de vez en cuando cruzaba algún vehículo, por lo que descartamos el derrumbe como causa de este desastre. Tras casi una hora avanzando a cuentagotas, al girar en una curva encontramos el motivo del colapso: bisontes.


Estos animales campaban a sus anchas por los lados de la carretera mientras los domingueros de turno paraban sus vehículos en  mitad del camino taponando al resto para sacar fotos, grabar en vídeo, lanzar gritos a los animales... Y así un coche tras otro. Reconozco que, como ya habíamos visto de cerca a estos animalitos en las Badlands en Dakota del Sur el año anterior, no nos llamaban tanto la atención, pero aunque fuera la primera vez que los veíamos, era la leche la parsimonia con la que los turistas se tomaban el asunto. Vamos, que aún podíamos estar ahí. Nos encanta disfrutar de la naturaleza, pero sin aguantar un atasco más propio de la M-30 en hora punta.


Ahí os dejamos un álbum de fotos:
El atascazo de los bisontes

lunes, 15 de marzo de 2010

Gasolineras de lo más artesanal en Siem Reap


La pobreza de Camboya, uno de los países más castigados por las limitaciones en el Sudeste Asiático, provoca situaciones que a los occidentales nos llaman la atención. Vaya por delante que hablamos con el máximo respeto de la curiosidad que presentamos en este post. Probablemente la situación de la población camboyana haya sido la que más nos ha afectado en todos los viajes que hemos realizado y le guardamos un tremendo cariño y respeto.


Pero esa desigualdad que existe con otros países, sobre todo los de nuestro entorno, hace que nos llame la atención la diferencia que hay por ejemplo en un servicio tan simple como una gasolinera. En la turística zona de Siem Reap, donde se encuentran los magníficos templos de Angkor, pudimos observar los puestos, porque no son otra cosa, donde se abastecen de gasolina los habitantes de la región. Se trata de un tenderete al lado de la carretera donde existen dos grandes barriles de los que se extrae el líquido y se embotella para trasladarlo en... ¡botellas de whisky o de leche! Hay que destacar que la mayor parte de los vehículos que transitan por esas carreteras son motos, con lo que el repostaje no es complicado. Hasta existe otro puestecillo con bombonas de gas. No falta detalle.



Estas gasolineras artesanales conviven a los lados de las carreteras con otros puestos de comida, bebida, ropa... en una suerte de mercado lineal que recorre las vías por las que circulan los vehículos. Una forma de servir la gasolina que nos llamó la atención y que hemos querido contar con el máximo de los respetos.

sábado, 13 de marzo de 2010

Visita obligada a los baños de Budapest

Budapest, una ciudad preciosa y muy recomendable, posee unas características similares a la de cualquier gran capital centroeuropea. Por supuesto que tiene sus rasgos distintivos, como los tienen Viena o Praga, pero si hay algo que las diferencia totalmente de éstas y que a nosotros nos pareció su reclamo más espectacular son... ¡sus baños! La existencia de aguas medicinales y termales convierte a esta ciudad húngara en un auténtico balneario de dimensiones extraordinarias que provoca que sus ciudadanos inicien la jornada con un baño reparador a primera hora del día antes de dedicarse de sus ocupaciones.



Cuando viajamos a Budapest en 2006 teníamos nuestras reticencias a pasar por estos baños termales. Nuestro viaje iba a apretado porque tras Budapest aún queríamos visitar Viena y alguna localidad de los alrededores, por lo que pensábamos que podía ser una pérdida de tiempo, ya que al fin y al cabo no dejaban de ser unas aguas termales. Craso error. Menos mal que algo nos hizo entrar en razón y decidimos visitarlos. Fue pasar unas horas en unos y repetir un día después en otros.


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Aunque la fama mundial se la llevan los Gellert, aquellos que servían de escenario hace unos años a un anuncio de Danone, el consejo de una amiga, que había estado en una boda con lugareños un tiempo antes, nos llevó a probar fortuna en los baños Szechenyi, situados en un edificio neobarroco. En la puerta estaba la tabla de precios, que advertia que por estar una hora te devolvían parte de la entrada. Dijimos, bueno, una horita y eso que nos ahorramos. Nuevo error, nos pasamos cinco y casi tuvieron que sacarnos con espátula.

El agua, la más caliente de todo Budapest según rezaba la guía, salía a unos 74 grados centígrados a la superficie (me imagino que se enfriaba algo por el camino porque si no, no estaríamos contándolo ahora). Había dos zonas. Una en el exterior donde existian tres piscinas: una para nadar, otra para relajarse y hasta jugar al ajedrez y una tercera donde había chorros para arreglarse los males de espalda y articulaciones. En el interior se pasaba de una poza a otra con cambios bastante acusados de temperatura, de helada a muy caliente.



Con el cuerpo bastante remojado, abandonamos estos espectaculares baños diciendo que teníamos que repetir. Y dicho y hecho. Al día siguiente decidimos visitar los Gellert, (hotel balneario por cierto) más famosos y... decepcionantes. Desde luego la piscina del anuncio es de postal, con sus columnas y su terraza. Pero hay muchas menos piscinas y en las interiores hay que separarse entre hombres y mujeres y en ambas zonas, por lo que nos contamos al salir, los lugareños no tienen ningún pudor en mostrar sus vergüenzas con el consiguiente repelús al meterse en el agua.

En la zona exterior existe una piscina con olas que le da ese plus de divertimento, pero si tuviéramos que elegir uno de los dos nos quedamos con los Szechenyi. Eso sí, si vais a Budapest por nada del mundo os saltéis esta parte del viaje. Sería un delito.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Navegando por el Bund


Shanghai es una ciudad realmente espectacular y dentro de su entramado de rincones apasionantes quizás es el Bund el más representativo y turístico.Se trata del malecón donde se levantaron en su día, comienzos del siglo XX, los edificios de los principales bancos y empresas que operaban en China. Eso le confirió un aspecto más propio de una floreciente ciudad occidental inmersa en los negocios del transporte fluvial que en una localidad asiática. Este paseo se encuentra siempre atestado de lugareños y turistas que pasean y se entretienen observando las construcciones que florecieron hace décadas y marcaron el ritmo económico de la ciudad para posteriormente fotografiar los rascacielos que se alzan al otro lado del río Huang Pu y que han relevado a estos otros edificios antiguos como imagen de las postales.


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En el viaje que realizamos en 2004 cometimos la imprudencia de ir en grupo, aunque al menos sirvió para que no repitiéramos la experiencia en ninguna aventura posterior. Así que dentro de planning previsto tocaba 'crucero' por la vía fluvial que separa la ciudad. No fue una mala idea, de las pocas buenas. Así que nos subimos en un enorme barco turístico que nos paseó por el Huang Pu y nos permitió hacer todo tipo de fotos del lado moderno y el histórico del Bund.




La verdad es que los edificios construidos durante los Años Locos (se nota que nos leímos la guía) tienen ese regusto de lo colonial, la belleza de lo antiguo, pero a los modernos del otro lado no les gana nada en espectacularidad. En especial con esa mezcla de lo dorado y lo plateado, algo hortera, pero llamativo, que al final es de lo que se trata. Un regustillo a hotel de Donald Trump.


La niebla, que permanece inmutable en el ambiente desde primera hora de la mañana, le confiere un aspecto decadente que aún la hace más bella. La verdad es que el paseo en barco y el posterior a pie nos dieron una imagen global del Bund que nos hace aconsejarlo como uno de los parajes a visitar en China. Muy recomendable.


Os dejamos un álbum de fotos del Bund de Shanghai:
Navegando por el Bund

Cordes sur Ciel, el paraíso medieval

Está claro que nuestra vida sin Internet sería muy diferente, en muchos casos bastante más complicada. Sin la red de redes no podríamos, por ejemplo, contaros todas nuestras experiencias por el ancho mundo. El post de hoy sirve para recalcar la decisiva presencia de la red en nuestras vidas. Habíamos decidido visitar la zona de los Midi Pirineos y el Languedoc-Rosellón en la Semana Santa de 2007. Nos hicimos con la necesaria guía de viajes (además de guiarte es un buen recuerdo) y planificamos el viaje, pero siempre nos gusta navegar por aquí y por allá en busca de rincones que se escapen a las guías y lo encontramos. Se trataba de un pueblecito medieval en lo alto de una colina a pocos kilómetros de Albi llamado Cordes sur Ciel.


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Sonaba fenomenal, pero ya se sabe que muchas veces lo pintan espectacular y acaba siendo decepcionante. Además cuando nos acercábamos hacia el pueblo una tarde después de haber rendido visita a la ciudad que vio nacer a Toulouse-Lautrec la idea era una visita rápida y dormir en Toulouse. Y para completar nuestras reservas el viaje lo habíamos iniciado en la archifamosa Carcasone, de la que habíamos salido con una sensación agridulce por el ambiente excesivamente turístico, que la convierte en una especie de parque temático medieval algo artificial.

Sin embargo, nuestras dudas se disiparon al ver en el horizonte ese espectacular pueblo que escalaba por la ladera de la montaña. Como sacado de un cuento medieval, Cordes era un remanso de paz, con sus coquetas tiendas de artesanos, sus restaurantes, sus casas de huéspedes y sus mansiones. A pesar del esfuerzo físico al que obligan sus cuestas, el ambiente no podía ser más adecuado. El hecho de que estuviera entrada ya la tarde lo hacían aún más idílico, pues se encontraba prácticamente vacío, sin las hordas de turistas que tanto incomodan.

La suerte de viajar sin alojamiento reservado nos permitió tomar una rápida decisión consensuada: nos quedamos a dormir aquí. Encontramos una bonita casa antigua regentada por una pareja de bohemios en la que la mujer prácticamente doblaba en edad a su compañero. Parecían sacados de una película de esas sensibleras. Nuestra habitación era de lo más acogedora. Habíamos acertado.


Rápidamente volvimos a las calles del pueblo para agotar la tarjeta de memoria de la cámara. El lugar es todo un museo arquitectónico medieval con cuatro puertas de acceso a la ciudad amurallada, su torre de la barbacana, la iglesia de San Miguel, la torre del reloj...


Y luego están las espectaculares mansiones góticas, algunas de las cuales acogen museos como el del azúcar o de arte moderno. Aunque otras, con intenciones más lúdicas y crematísticas, apuestan por acoger hoteles o restaurantes.

Después de despachar una agradable cena en un restaurante atestado de lugareños disfrutamos de un último paseo y nos retiramos a nuestra idílica morada. Al día siguiente aprovechamos para sacar con mejor luz todos los rincones que habíamos explorado la noche anterior, entrar en las tiendas artesanales y llenar los pulmones con el puro aire del lugar. Todo sirvió para llevarnos una gran impresión del lugar que aconsejamos firmemente visitar a todo el que pase cerca.


Ahí os dejamos un amplio álbum de fotos para convenceros:
Cordes sur Ciel, el paraíso medieval

lunes, 8 de marzo de 2010

La tranquilidad extrema de las Islas Orcadas

En junio de 2004 visitamos Escocia, un lugar que siempre nos había llamado poderosamente la atención. La espectacularidad de sus paisajes había funcionado como imán hacia uno de los dos miembros de la pareja, mientras el otro, menos convencido, afirmaba: "Si es como Asturias, todo verde". Pronto se tragaría sus palabras y admitiría lo erróneo de sus prejuicios. En este post os contaremos nuestra excursión hasta las Islas Orcadas, un lugar que se sale un poco de los circuitos habituales, pero que nos resultó hipnotizador.


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Tuvimos que madrugar mucho para recorrer los 200 kilómetros que separaban Inverness, en esos momentos nuestro centro de operaciones en la zona, de John O'Groats, lugar desde el que zarpaban los ferrys hacia las Orkney. Nuestra anfitriona en el 'bed and breakfast', una entrañable anciana, nos aconsejó ir lo antes posible para tomar el primer ferry, pero la sorpresa llegó cuando alcanzamos el puerto. Sólo quedaba un ferry y el que nos quedaría de regreso lo hacía dos horas después de que llegásemos a las Orcadas. Un viaje absurdo, ya que no podíamos hacer noche en las Orcadas porque teníamos reservado el alojamiento en Inverness.



Cuando veíamos que la excursión se nos iba al garete, se nos encendió la bombilla. Una compañía de ferries menor también cubría el trayecto. Nos dirigimos a su muelle. El siguiente salía dos horas después, pero regresaba más tarde, permitiéndonos unas siete horas de excursión. Y el traslado era más barato. Salvados por la campana.

Decidimos ocupar esas horas en ver John O'Groats, un pueblo turístico en el amplio sentido de la palabra, con los peligros que eso conlleva, y los acantilados de Duncansby Head, una maravilla de la naturaleza, con esos picachos sobresaliendo de mar.



Cubierto el tiempo de espera con estas visitas, nos dirigimos al ferry, subimos el coche y disfrutamos de una plácida travesía hasta las Islas Orcadas, durante la cual pudimos observar la belleza del Pentland Firth, una suerte de fiordo que existe camino de estas islas.


La primera impresión que nos llevamos al llegar a las Orcadas fue de una tranquilidad inmensa. Un sitio de ésos con los que sueñas para tomarte un tiempo de reflexión lejos del bullicio y el stress. Un manto verde, extenso, plano, que invita a la tranquilidad. Nos recordó a cierta parte de Islandia que habíamos visitado un verano antes y por la localización de ambos sitios alguna conexión geográfica seguro que tienen.


Sin tiempo para recrearnos en esa calma, cogimos el coche y nos dirigimos a los dos yacimientos arqueológicos más destacados de las islas: Maes Howe, una cámara funeraria del 2700 a.C., y Skara Brae, una aldea que data del 3100 a.C. Vamos, que las habían construido el día anterior. Esta última, situada junto al agua, resultaba un lugar idílico para vivir.


A continuación nos dirigimos a la principal población de la isla, Kirkwall, una agradable localidad, en el que el tiempo parece que transcurre más lento que en otras poblaciones occidentales, o por lo menos sus habitantes lo saborean más. Aparte de su calidad de vida, en Kirkwall cabe destacar la catedral de St. Magnus, de una piedra rojiza espectacular.

Con tiempo para detenerse en mitad de la campiña para disfrutar de ese aire purísimo y ese silencio majestuoso, iniciamos el regreso hacia Stromnes, donde debíamos tomar el ferry de vuelta tras una jornada que nos había cundido muchísimo y de la que habíamos disfrutado a tope.


Sin embargo, ahí no acababa la aventura. De regreso a John O'Groats aún debíamos de cubrir los 200 kilómetros de vuelta a Inverness cuando observamos el depósito del coche. No había suficiente carburante como para llegar y recordé lo que me habían dicho en España algunos compañeros que se habían visto en esa tesitura: "No apures la gasolina que hay pocas estaciones de servicio y cierran pronto". Basta que te avisen para que te suceda. Iniciamos el descenso hacia Inverness confiando en encontrar una gasolinera. Pero la única que vimos había cerrado hacia tiempo. Levantamos el pie del acelerador, dejamos caer el coche, pero nos veíamos haciendo noche en el coche cuando a la derecha, iluminada por una llamarada de las que salían de los pozos petrolíferos que circundan esa carretera, surgió una estación de servicio. A toda velocidad nos dirigimos hacia ella. Casi le damos un beso al operario, que, una vez llenado nuestro depósito, apagó las luces y cerró el establecimiento. Por los pelos.

Al llegar a Inverness, ya de madrugada, nuestra anfitriona, la adorable anciana que nos recordaba a Sofia Petrillo, la de las Chicas de Oro, nos confesó que había estado muy preocupada por lo que tardábamos. Pues anda que nosotros...


Ahí os dejamos el álbum de la excursión:
La tranquilidad extrema de las Islas Orcadas